By Orna Ben Dor
Traducido por: Nuria Núñez Pascual
Según la ciencia espiritual antroposófica, los 33 es la edad en la que se planta la semilla para este: “Vete”.
Después del primer paso en la primera mitad de la vida, la encarnación del espíritu en una vida concreta, una nueva pregunta surge dentro de nosotros*****. En la mitad de la vida llegamos a una encrucijada. En esta etapa de la vida muchos de nosotros empezamos a sentir un vacío e incluso desesperación, a pesar de que desde la perspectiva materialista, mental y emocional, puede que hayamos alcanzado nuestras metas: nos establecimos a nivel profesional, tenemos una seguridad económica, hemos creado una familia con un marido o una mujer, etc…
Un anhelo comienza a desarrollarse en nuestro interior, primero inconscientemente, indefinido o con nombre. Un anhelo de regresar a nuestros orígenes, a nuestro verdadero ser, que es el espíritu eterno, a la esencia y el propósito de nuestra vida. Esto se manifiesta en preguntas que comienzan a surgir: ¿Quién soy yo? ¿Todo lo que he conseguido hasta ahora realmente me satisface? ¿A qué debería renunciar de ahora en adelante? Y otras preguntas similares relacionadas con la auto-realización.
Este punto de la mitad de la vida es crítico, y en cierto sentido determinará el resto de nuestra vida; este es el “Periodo del Desierto”.
Cuando los israelitas salieron de Egipto, de la “casa de la esclavitud” (y ¿no somos todos esclavos de nuestros hábitos y viejos patrones de comportamiento?), tuvieron que atravesar un periodo de desierto para llegar a la Tierra Prometida. El proceso fracasó, y protestaron a Moisés pidiendo ser llevados de vuelta a lo que llamaban “la olla de carne”, de vuelta al pasado, a Egipto que parecía, desde la perspectiva del desierto, un lugar al que valía la pena regresar.
Como no perseveraron durante este periodo intermedio entre lo viejo y lo nuevo, fueron condenados a permanecer en el desierto durante 40 años y morir. La generación de esclavos pereció en el desierto y solo la siguiente generación, la liberada de Egipto******, pudo entrar en la Tierra Prometida.
Para poder entrar en la Tierra Prometida debemos “morir a lo viejo”. Esto siempre requiere sacrificio, se nos pide renunciar a una gran parte de quienes somos, de aquello con lo que nos identificamos, de cómo vivimos y nos definimos.
Sin muerte, no es posible el renacimiento; lo viejo debe dejar espacio a lo nuevo. Para alcanzar lo nuevo, una transición debe tener lugar, un atravesar el caos, “la nada”, la muerte.
La creación misma se generó del caos y el desorden: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.” (Génesis, capítulo 1, versos 1-2)
También en la biografía humana, la liberación del caos, del abismo, del páramo y de todo lo que despierta en nosotros, puede ocurrir solo a través del “Espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas”, es decir a través de nuestra esencia espiritual, como el resurgir del fénix de las cenizas. El proceso de muerte y renacimiento ocurre a partir de la mitad de la vida.
El Doctor Rudolf Steiner describió un proceso similar por el que atravesó la humanidad, en su conjunto, en cierto punto de su evolución de la consciencia.
El Sacrificio y la Gracia
A lo largo de muchas épocas, la humanidad estuvo más conectada a la unidad, a los mundos espirituales, que al mundo material (al igual que un bebé que está conectado a su madre y solo se separa gradualmente de ella). La humanidad, que se encarnó gradualmente en el mundo material, también había alcanzado su mitad de la vida; ocurrió en un periodo alrededor del año 0 a.C. En ese momento las fuerzas espirituales y materiales estaban en equilibrio. En la Era Griega, existió el peligro creciente de caer en la decadencia, el materialismo y la pérdida del desarrollo espiritual renovado; sin espíritu, sin Dios, por tanto, sin esperanza. La humanidad que se identifica con su lado materialista y opera solo para alimentar esta entidad, pierde la conexión con su fuente, y está condenada a la desaparición y la autodestrucción.
En esa etapa de la mitad de la vida de la humanidad, una entidad espiritual superior que estaba operando a lo largo de los tiempos desde los mundos del espíritu, actuó para permitir a la humanidad elevarse a los mundos del Espíritu, algo que la humanidad no podía hacer por sí misma con sus limitadas fuerzas; y esto se realizó para que no deteriorase, menguase y desapareciese por completo.
Esta entidad es mencionada en la Biblia solo una vez con el nombre de: “Dios Altísimo”, en el encuentro entre Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo, y Abraham.
“Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, le ofreció pan y vino. Luego bendijo a Abraham con estas palabras: “¡Que el Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, bendiga a Abraham! ¡Bendito sea el Dios Altísimo, que entregó en tus manos a tus enemigos!”. Y entonces Abraham le dio el diezmo de todo.” (Génesis 14:18-20).
El ‘Dios Altísimo’, que operó durante siglos desde arriba, fue enviado a la tierra a materializarse en un cuerpo humano para ayudar a la humanidad a ascender a los mundos del espíritu. En diferentes terminologías, “Dios Altísimo” es también llamado: Joshua-Immanuel, el Cristo, o el Ser Solar.
Este punto en el desarrollo humano es la “mitad de la vida” de la humanidad y también su punto de inflexión.
El elevado Ser Solar, que se encarnó en Jesús de Nazaret, murió en la cruz en el Gólgota, y resucitó en nombre de todos los seres humanos. En su renacimiento, reveló a la humanidad un gran secreto, que fue: la posibilidad de levantarse de las cenizas y continuar evolucionando. Este es el secreto de la resurrección, la comprensión de que, sin morir, no es posible el renacimiento y el desarrollo.
“Una fuerte fuerza celestial tuvo que irradiar en la materia física y sacrificase dentro de esta materia. Lo que se requirió fue algo más que únicamente a un Dios llevando la máscara de apariencia humana; lo que se necesitó fue a un verdadero ser humano, con fuerzas humanas, que llevase a Dios dentro de sí mismo. El Evento del Gólgota tuvo que tener lugar para que la materia en la que se encontraba el ser humano pudiera ser preparada, purificada y ennoblecida. Cuando los componentes de la materia son purificados y santificados, se hace de nuevo posible la comprensión de la sabiduría primordial en futuras encarnaciones. La humanidad debe ser conducida a una verdadera comprensión de cómo el Evento del Gólgota realmente tuvo lugar en este sentido. Cuán importante ha sido este evento para la humanidad, y cuán incisivamente ha afectado a la esencia y al ser de la humanidad.” (1)
El Ser Crístico pasó tres años en la tierra y a los 33 años de edad fue crucificado. Durante esos tres años se fue debilitando y fue muriendo lentamente, a medida que sus fuerzas espirituales cedían a las fuerzas de la materia. Del mismo modo, en la biografía humana individual llamamos a estos tres años: la Prueba de la Tierra. Éstos se consideran años difíciles. Jesucristo murió en la cruz y luego resucitó; los 33 años es el arquetipo de la muerte y renacimiento en la biografía humana.
El descenso de “Dios Altísimo” a un cuerpo humano, uniendo su destino con el de la humanidad, fue un acto de sacrificio cósmico. Al igual que el sacrificio de Abraham, nosotros debemos renunciar a identificarnos con lo viejo. Esto no significa que debamos tirar por la borda todo lo que hemos adquirido hasta este momento. Más bien lo contrario, debemos utilizar las herramientas que hemos creado durante la primera parte de nuestra vida y transformarlas, dirigirlas hacia la auto-realización, devolverlas al mundo, a través de la continua evolución, al nivel más alto posible. Así es como podemos superar nuestra necesaria diferenciación del todo, un paso que fue necesario en ese momento para que pudiéramos desarrollar un ser individual.
“La humanidad procedía de la unidad, pero la evolución de la Tierra hasta el presente la ha llevado a la diferenciación. En el concepto del Cristo se nos da un ideal que contrarresta toda diferenciación, ya que en el ser humano que acoge el nombre de Cristo viven también las fuerzas del Ser Solar exaltado en el que todo ego humano encuentra su origen. …Ignorando todos los distintos intereses y relaciones, surge la sensación de que el ego más íntimo de cada ser humano tiene el mismo origen”. (2)
La encarnación de un “Dios Altísimo” en el cuerpo humano de Jesús de Nazaret otorgó, por primera vez a cada persona de nuestra era, la posibilidad, así como la responsabilidad, de encontrar la divinidad dentro de uno mismo.
A partir de la mitad de la vida, una persona ya no puede buscar a Dios exteriormente. Se le demanda buscarlo y encontrarlo dentro de sí mismo, mientras transforma sus partes humildes y las dona, como un regalo, a los mundos del espíritu.
Ahora estoy reducida a un diminuto punto eterno,
observaré con asombro como todo se desvanece.
Los restos de mi ser,
caen como pedazos de barro
que se me adhirieron en mi camino.
Dejaré que la lluvia lo limpie todo,
y me purifique.
Debo separarme ahora
de todas mis posesiones.
El miedo juega conmigo,
implorando: ¡llévate solo esto!
No, declaro,
¡no esta vez!
Esta vez debo arrancar mi blanca piel
dejar a la oscuridad infiltrase.
Vaciarme completamente
y esperar.
Confiando en que mañana también
una nueva luz se abrirá paso.
Yael Armony (3)
________________________________________________________________________________________________________________
*A los animales no se les concedió un espíritu, solo cuerpo y alma, y las Jerarquías Superiores no tienen cuerpo.
**La edad de inversión, muerte y reencarnación. Biológicamente, el equilibrio en el cuerpo se inclina hacia procesos de erosión y declive.
***Desde la perspectiva biológica, a partir de los 33 años, los procesos de destrucción y deterioro superan a los procesos metabólicos y de construcción.
****“Cuerpo y Alma” o “254 miembros” equivalen a Abraham en Gematría (asignación de valores numéricos a las letras en el alfabeto hebreo, el número tradicional de mandamientos positivos en la Torá y el número de órganos en el cuerpo).
*****Los 33 años significan la semilla que se planta en la persona con respecto a esa pregunta. Siempre y cuando una persona se esfuerce por vivir su vida más allá de satisfacer simplemente las necesidades básicas, esta pregunta brotará con todas sus fuerzas a los 42 años de edad.
******Egipto en hebreo proviene de la palabra estrecho: algo que nos encoge y limita.
Bibliografía
- R. Steiner, El Principio de la Economía Espiritual. (1909). El Evento del Gólgota. La Hermandad del Santo Grial. El Fuego Espiritualizado. GA-109, Conferencia 8.
- R. Steiner, La Ciencia Oculta: un bosquejo, Capítulo IV.
- Yael Armoni (una profesora y consultora biográfica en la escuela Hotam). Extraído de su libro de poemas “Blanco en una Noche Oscura”, publicado por Hotam Publishing House. 2015.