Por Orna Ben Dor
Traducido por: Nuria Nuñez Pascual
Espíritu y Materia
“En su acción, las fuerzas luciféricas invitan a las influencias ahrimánicas que actúan desde el exterior y no desde el interior – son expresadas a través de todo lo que se presenta como fuerzas exteriores. Así, Áhriman es el que se eleva a través de Lúcifer, y nosotros – los humanos – estamos profundamente involucrados en el conflicto entre estas dos entidades.” (R. Steiner, “Las Manifestaciones del Karma”, conferencia 7).
Lúcifer es el seductor, también conocido como la serpiente del Edén. Su objetivo es mantener al Hombre en el mundo del Espíritu y desconectarle de su existencia material y, por lo tanto, también de su correcta evolución. Lúcifer lo consigue mediante la promesa de la felicidad, la luz, la sabiduría y la ausencia de sufrimiento.
Áhriman es la entidad que se apropió de la inteligencia cósmica que estaba destinada al hombre, pero que renunció a ella por el calor del corazón del Hombre. Su objetivo es alejar al Hombre del mundo espiritual, convirtiéndolo en una entidad material, mecánica que ha olvidado sus raíces divinas. Áhriman tienta al Hombre con la vida eterna en la tierra, le seduce a prolongar su ser físico a cualquier precio. A diferencia de Lúcifer, que seduce al hombre a través del principio del placer, Áhriman promete control y poder.
¿Cuál es el conflicto cósmico? ¿Cómo deben abordarlo los seres humanos? ¿Cómo lo ha tratado la historia? ¿Cómo se expresa en el Hombre y en la Tierra, tanto en términos físicos como espirituales? Además, intentaremos responder a la pregunta más importante de todas: ¿Podemos liberarnos del conflicto? ¿Pueden Lúcifer y Áhriman ser liberados? Por último ¿puede el propio conflicto ser liberado? Intentaré responder a estas preguntas al tiempo que subrayo la importancia del conflicto como una entidad independiente que se da tanto en el escenario de la Tierra como en el Hombre.
El hombre es el “campo de batalla” en el que tienen lugar estas contradicciones. El conflicto se encontrará en todos los niveles de la existencia humana – desde el físico hasta el espiritual – revelando que el conflicto en sí mismo, y no su solución, constituye la redención.
La Tierra es la cuarta materialización de nuestra existencia. Fue precedida por la antigua Luna, el antiguo Sol y el antiguo Saturno. Cada uno de los dos primeros planetas – el antiguo Saturno y el antiguo Sol – poseían una cualidad dominante. La Luna era un planeta de transición, un planeta de metamorfosis que carecía de conflicto interno dentro de las entidades emergentes.
“Para ello, todo lo que es perceptible mediante los sentidos debería ser borrado, incluso el mundo interior del ser humano tendría que desaparecer, en cuanto éste se refiere a las emociones comunes; lo mismo vale también para las representaciones que viven en el ser humano. Es decir, respecto al mundo exterior ustedes deberían suprimir lo perceptible por los sentidos y, del interior, lo que son emociones y representaciones. Y luego, si queremos tener una idea del estado anímico en que el ser humano necesariamente se sumerge al percibir con total realidad que todo está eliminado, pero él aún está, no queda otra cosa que aprender a sentir un estremecimiento, un temor ante el vacío infinito que se abre en nuestro derredor. De alguna manera tenemos que sentir que nuestro entorno está enteramente impregnado, teñido de lo que por doquier nos causa estremecimiento y temor al mismo tiempo hemos de ser capaces de vencer este temor con firmeza interior y con la seguridad de nuestro ser.” (Steiner, ‘La evolución desde el punto de vista de lo verdadero’).
El Sol representa la luz, la vida y la belleza, que también están relacionadas con el elemento luciférico. Saturno representa la oscuridad y la falta de vida, es decir, la muerte relacionada con el elemento ahrimánico.
Los Querubines realmente perciben espiritualmente lo que está teniendo lugar ahora dentro de la evolución del Sol, pero renuncian a todos los frutos de esta percepción; renuncian a los sentimientos producidos por estas imágenes llenas de sabiduría que allí surgen; permiten que estas fluyan hacia la consciencia ensoñada de los Hijos de la Vida en forma de magníficas visiones mágicas. Estos Hijos de la Vida, a su vez, trabajan las imágenes de sus visiones en el cuerpo etérico humano, permitiendo así a este cuerpo etérico alcanzar estados de evolución cada vez más elevados. [1].
Mientras que Saturno y el Sol representan una esencia constante y completa, el primero representa la muerte, la oscuridad y el miedo, mientras que el otro representa la vida, la belleza y la fantasía. La esencia de la Tierra es el conflicto. La Tierra representa un conflicto entre opuestos binarios – vida y muerte, espíritu y materia, Logos y Eros, hombre y mujer, etc. El hombre incorpora los opuestos en su propio ser, en alma y espíritu, y estos coexisten en armonía, sin anularse el uno al otro.
El Conflicto en la Historia de la Humanidad
La historia de la humanidad está plagada de numerosos conflictos que finalizaron con la aniquilación de uno de los bandos. A nivel macro, los imperios conquistaron otros imperios y los destruyeron. Cuando las personas individuales sufren un conflicto, tratan de ganar exterminando a su oponente – matándolo literal o figuradamente, o demostrando superioridad moral (o de otro tipo).
Los conflictos que finalizan con la victoria de uno de los bandos suelen ser el resultado de la incapacidad de uno de los bandos del conflicto para contenerlo. La incapacidad de albergar el conflicto se basa en los impulsos que llegan al Hombre a través de Lúcifer y Áhriman. Lúcifer tienta al hombre con la felicidad y la luz sin fin, y hace superflua la transición del desarrollo a través del sufrimiento. Por otro lado, Áhriman aboga por el control sobre el otro y por matar al que resiste. Tanto Lúcifer como Áhriman actúan contra el conflicto ya que ambos provienen de planetas libres de conflictos.
Los diferentes elementos de conflicto en el cuerpo humano – El conflicto entre la Sangre y los Nervios.
En su obra “El Estudio del Hombre como base de la pedagogía”, Steiner presenta un diagrama de flujo con dos tipos de procesos contradictorios que tienen lugar en tres dimensiones: la física, la mental y la espiritual.
El primero de estos procesos es denominado por Steiner como “procesos de la sangre” e incluye la circulación sanguínea (física), la imaginación, la fantasía, la simpatía (mental), la voluntad y Lúcifer (espiritual).
El segundo proceso se denomina “procesos nerviosos” e incluyen el sistema nervioso (físico), la percepción, la memoria, la antipatía y la discriminación (mental) y Áhriman (espiritual).
“Ahora bien, en el plano físico, el hombre anímico se halla en unión con el hombre corpóreo; todo lo anímico se expresa en lo corporal. Por un lado, pues, se manifiesta en lo corporal lo que corresponde a antipatía-memoria-concepto: todo esto se halla ligado al sistema corporal nervioso. En su creación, interviene lo prenatal y lo anímico prenatal actúa sobre el cuerpo humano y crea los nervios, a través de antipatía, memoria y concepto. He ahí la concepción correcta de los nervios, careciendo de sentido toda palabrería acerca de una diferenciación de nervios “sensorios” y “motores”.
Análogamente, lo que corresponde a querer: simpatía – fantasía creadora – conversión en imagen, actúa, en cierto modo, desde el hombre hacia afuera. Esta tendencia ha de quedar en estado germinativo; nunca llegar a conclusión definitiva alguna: en el acto de hacerse, ya se deshace; el desarrollo del germen no ha de ir demasiado lejos. Esto nos lleva a un aspecto muy importante del hombre: hemos de comprender al hombre en su totalidad: ser espiritual, anímico y corporal. Ahora bien, en el ser humano se genera continuamente algo que tiende a volverse espiritual, pero nunca lo logra, en virtud de que nosotros con amor, aunque con amor egoísta, tratamos de retenerlo en el cuerpo, se desperdiga en su corporalidad. Poseemos en nosotros algo que, siendo material, quiere continuamente pasar de su condición material a la espiritual; al no dejar que se espiritualice, lo aniquilamos en el preciso momento en que quiere tornarse espiritual. Este algo es la sangre, lo contrario de los nervios.” [2]
El Conflicto en el Alma Humana
Dos fuerzas actúan en el alma humana – la simpatía y la antipatía. La simpatía es la fuerza de atracción, mientras que la antipatía es la fuerza de repulsión. Es importante destacar que Steiner no atribuye un valor emocional o moral a estas fuerzas, sino que las trata como fuerzas de atracción y repulsión, al igual que las fuerzas magnéticas.
Existe un cierto paralelismo entre los procesos físicos y emocionales. El exceso de simpatía se expresa en un aumento de la vitalidad física, convirtiendo al individuo en un místico o teósofo que se sumerge en los sueños y ‘flota’. Esta vitalidad excesiva es similar a la fiebre, las infecciones en el sistema respiratorio, la neumonía y la energía física extrema.
La antipatía se expresa en procesos de solidificación tales como la calcificación, que son paralelos a un pensamiento leñoso, es decir, con tendencia a volverse inflexible, pedante, seco y obstinado.
Ambas tendencias son necesarias para mantener la vida humana. Sería imposible comprender cualquier tema sin la energía de la imaginación. Del mismo modo, no podemos lograr el orden dentro de nuestro mundo sin cierta pedantería y sin lograr un equilibrio y una actitud adecuada hacia el mundo.
El Conflicto en el Espíritu Humano
En el espíritu humano, el conflicto se expresa entre a) la voluntad del hombre de estar conectado con el espíritu olvidando que es una entidad espiritual que debe atravesar la materia e integrarla, y b) una identificación plena con la identidad material.
El proceso de solidificación y calcificación contiene un aspecto esencial, invisible y suprasensible que puede ser discernido por el ojo entrenado. Este aspecto es Áhriman. Las fuerzas ahrimánicas se esfuerzan constantemente por convertirnos en un cadáver seco. Si fueran las únicas en actuar, nos calcificaríamos, arrugaríamos y estancaríamos. Estaríamos siempre despiertos y no podríamos conciliar el sueño. Las fuerzas contradictorias de la vitalidad, el ablandamiento, la imaginación y la fantasía son, en esencia, luciféricas. Las necesitamos para no convertirnos en cadáveres. Sin embargo, si fueran las únicas actuando, seguiríamos siendo niños. El tratar a otra persona de modo ahrimánico, como un objeto, permite la destrucción de esa persona, es decir, su transformación en un ‘cadáver’.
El Tiempo como Factor Evolutivo
Desde un punto de vista evolutivo, Lúcifer y Áhriman controlan al Hombre hasta los 33 años, momento en el que aparece el Yo Eterno.
En la biografía humana, se denomina a los 33 años la “Edad de la Inversión”. Hasta esa edad, el Hombre debe materializarse en una entidad terrenal y realizarse en la ‘materia’: estudiar, encontrar un compañero de vida, tener hijos, desarrollar una carrera, establecer un hogar, etc. A los 33 años, se siembra la primera semilla para la identificación del Hombre con su identidad espiritual, dando paso gradualmente a la cuestión de la autorrealización y la misión en la vida.
La evolución de la Tierra, así como la del individuo, dependen del cumplimiento de tareas en un período de tiempo determinado. Estas tareas deben llevarse a cabo antes de la desaparición de la Tierra o del Hombre.
Si en el elemento mental – simpatía y antipatía – el tiempo no funciona como una fuerza aceleradora, y el Hombre puede continuar moviéndose de una a otra en cualquier momento. Es el desarrollo espiritual del Hombre lo que le permite encarnar ambas fuerzas. Este desarrollo espiritual es, por tanto, la capacidad de contener a la vez ambos opuestos.
Las contradicciones dentro del alma persisten durante un largo período de tiempo, durante todo un septenio. La primera parte de estos siete años está marcada por la simpatía, el entusiasmo y la iniciativa; su segunda parte está marcada por la antipatía, la alienación y la dificultad para finalizar las tareas. La transición entre ambas tiene lugar cada tres años y medio (aproximadamente).
Sin embargo, las oposiciones espirituales ocurren cada día; cuando estamos despiertos durante el día y nuestra consciencia está en realidad dormida al mundo espiritual, y cuando durante la noche, mientras dormimos, estamos espiritualmente despiertos, estamos con nuestro cuerpo astral y nuestro yo en el mundo espiritual.
Cuanto más corto sea el período de tiempo necesario para la transición entre ambos, más elevado será el nivel espiritual del campo en el que tiene lugar el conflicto, acercándose a un estado de simultaneidad en el que el Tiempo se convierte en Espacio.
La transformación del tiempo en espacio dentro del Hombre se expresa por la capacidad de contener el conflicto y sus contradicciones sin elegir uno de los polos y aniquilar a su opuesto.
Esta capacidad requiere una cierta contención del sufrimiento silencioso del Hombre – portador del conflicto y del campo de batalla entre los oponentes. Esta dualidad está en marcado contraste con la tendencia luciférica de evitar el sufrimiento a toda costa y la tendencia ahrimánica de controlar al otro o exterminarlo.
Así es como el tiempo se convierte en espacio a medida que nos independizamos del tiempo y lo trascendemos para alcanzar las Jerarquías Superiores.
Lúcifer y Áhriman en el Alma Humana
Hasta el siglo XV, Lúcifer gobernaba la evolución humana. Desde el siglo XV hasta la actualidad, la influencia de Áhriman ha aumentado. El Jardín del Edén bíblico representa la transición de Lúcifer (la serpiente) a Áhriman. Así como en el Jardín del Edén Dios cubría todas las necesidades del Hombre, la caída requirió de la intervención humana en la creación empezando el Hombre a trabajar la tierra. Este estado caracteriza la transición de sociedades cazadoras-recolectoras a asentamientos permanentes, en los que el Hombre interfirió en los procesos naturales de crecimiento y por tanto también en la creación. Es la transición de Abel a Caín.
Áhriman y Lúcifer están constantemente en conflicto dentro del alma humana, pero también luchan contra Seres Superiores. El objetivo de Áhriman es convertir al Hombre en una criatura de inteligencia fría, como él, que no crea cosas nuevas. Lúcifer, por otro lado, quiere separar al Hombre del desarrollo de la Tierra y convertirlo en espíritu.
El rol de lo ahrimánico en nuestro interior es mantener la homeostasis necesaria para una vida de serenidad y paz. Esta tendencia está relacionada con el elemento etérico del mundo vegetal. Áhriman actúa dentro del Reino Etérico – el de la vida. El pensamiento resulta de una metamorfosis en el Reino Etérico. A diferencia del pensar vivo, característico de la “corriente principal” de las Jerarquías Superiores, el pensar de Áhriman es frío y lógico – muerto. Su objetivo es gobernar al hombre adormeciendo su consciencia y penetrando en su inconsciente.
Debido a su necesidad de homeostasis, el Hombre se niega a experimentar los conflictos que tienen lugar en su interior, y su tendencia instintiva-automática es proyectarlos en su entorno. Una etapa fundamental en el desarrollo humano es la disposición a incorporar estos conflictos, sin intentar deshacerse de ellos, elevando su consciencia hacia ellos.
Cuando vivimos el conflicto y somos conscientes de él, creamos la espiritualidad de la Tierra. La proyección del conflicto genera situaciones difíciles, en la política, entre las personas y en la naturaleza (terremotos, tsunamis, etc.).
El Conflicto Físico
El famoso físico Isaac Newton descubrió el conflicto entre las fuerzas que mueven una masa y los poderes de resistencia dentro de esa masa. Cada cuerpo que intentemos mover, aunque se coloque sobre ruedas para evitar la fricción, se resistirá al movimiento. Newton llamó a esto la inercia de la materia. La inercia se resiste al cambio. Por tanto, existe un conflicto entre las fuerzas que apoyan el movimiento y las que lo resisten, es decir, la inercia. La materia está “dividida” entre estas dos fuerzas.
Del mismo modo, el alma se desgarra en estados de conflicto. Las fuerzas evolutivas, las Jerarquías Superiores, aspiran a llevarnos hacia el Mundo del Espíritu y, de hecho, hacia el final de la vida. Por otro lado, Áhriman busca conducirnos hacia la vida eterna, mientras que Lúcifer intenta romper el vínculo entre el Hombre y la Tierra. El conflicto entre Áhriman y Lúcifer, o entre Áhriman y Lúcifer por un lado, y las Jerarquías Superiores por el otro, desgarra el alma y produce sufrimiento y dolor. En otras palabras, el sufrimiento humano surge de la eterna lucha entre estas dos fuerzas. El miedo a la muerte nos ‘desgarra’ y nos mantiene en nuestra zona de confort.
“Cuando estudiamos la muerte humana, de la que a menudo hemos hablado, podemos descubrir en ella algo así como un contrapeso a las fuerzas luciféricas. La muerte, como saben, no es un único fenómeno aislado; comenzamos a morir en el momento en que nacemos, los impulsos de la muerte se depositan en nosotros desde el principio y finalmente se manifiestan en la muerte real. Estos impulsos dentro de nosotros proporcionan un contrapeso a las fuerzas luciféricas, pues es la muerte la que nos conduce de la temporalidad hacia el reino de lo eterno.” (R. Steiner, El Mal – “La Relación de los Seres ahrimánicos y luciféricos”)
Cada vez que sufrimos, algo en nuestro interior, relacionado con la homeostasis, muere. El sufrimiento humano y el caminar hacia la muerte se expresan en nuestras penurias: la vejez, las dificultades económicas, los problemas familiares, las cuestiones de clase social, la enfermedad, etc. La muerte está relacionada con la Primera y la Segunda Jerarquías, que nos conducen hacia el Mundo del Espíritu.
La comprensión del Conflicto y la voluntad de sostenerlo en nuestro interior contribuyen a nuestra redención y a la salvación de la Tierra. Las contrafuerzas (Lúcifer y Áhriman) también tienen un papel positivo ya que nos permiten experimentar el conflicto en nuestro interior.
Nuestro desarrollo espiritual debe pasar por nuestra capacidad para contener los conflictos. En este sentido, nuestros amigos y familiares desempeñan un papel fundamental. Si nos tratan mal, experimentamos emociones negativas que, a su vez, despiertan resistencias y un fuerte deseo de proyectar el conflicto en los demás. La redención reside en la capacidad de contener el conflicto y aceptar las emociones negativas con su letal cualidad ahrimánica, sin proyectarlo en el mensajero kármico que nos confrontó con el conflicto.
Un ejemplo que encontramos en las fuentes bíblicas es la exigencia de Dios de que contengamos el conflicto en nuestro interior y lo controlemos. Le dice a Caín: “Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo.” (Génesis 4:7).
Los celos de Caín por Abel eran tan insufribles que buscó deshacerse de su hermano. En otras palabras, la incapacidad de Caín para contener su emoción le llevó al asesinato. El astral es la emoción, mientras que la capacidad de contener la emoción la realiza el “yo”. En el caso del ejemplo bíblico, el pecado es astral mientras que el “dominarlo” lo realiza el “yo”. A diferencia de Saturno y del Sol, el desarrollo de la Tierra es una síntesis de oposiciones y la capacidad del “yo” para contenerlas simultáneamente.
Conclusión
Nuestra era está todavía contaminada por la naturaleza sin conflicto de los planetas anteriores, y nuestro desarrollo depende de la resistencia a sus restos, es decir, la resistencia a la influencia de Lúcifer y Áhriman. Cada vez que queremos ‘aniquilar’ a nuestros semejantes, ya sean judíos, árabes, religiosos, laicos, etc., rechazamos el conflicto y lo proyectamos hacia el exterior. El desarrollo y la redención de la Tierra dependen de nuestra capacidad para contener el conflicto en nuestro interior, responsabilizarnos de él y no proyectarlo en los demás.
Al igual que la autenticidad de la independencia de la muerte en el Antiguo Saturno como lo eran la luz y la vida en el Antiguo Sol, el conflicto debe convertirse en una Entidad independiente que se interponga entre los humanos, permitiéndoles desarrollarse espiritualmente.
De ser así, la tarea del Hombre es proteger al ‘enemigo’, su semejante, con el que está en conflicto y no aniquilar a ese enemigo. Es ese conflicto y ese supuesto enemigo lo que nos permite ascender a las Jerarquías Superiores. Por lo tanto, el Conflicto en sí es la fuente del desarrollo y la redención, tanto la nuestra como de la Tierra.
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[1] – Más información en: http://wn.rsarchive.org/Books/GA013/English/AP1972/GA013_c04-04.html#sthash.VLanY3oJ.dpuf
[2] Más información en: http://wn.rsarchive.org/Lectures/GA293/English/RSP1966/19190822a01.html#sthash.biEPQ3fe.dpuf