Por Yael Armony

Editado por: Orna Ben Dor

Traducido por: Nuria Nuñez Pascual

En este artículo describiremos la herida humana, su origen, el modo en que se expresa en la propia biografía, la forma en que nos controla y nos maneja – y cómo ejerce “terror” sobre el otro y le hace sentirse culpable en relación a nosotros.

¿Cuál es nuestra herida? ¿Cómo se ha ido “solidificando” y dibujando gradualmente el cuadro de nuestra vida? ¿Cuál es su propósito? ¿Cómo podemos convertirla en una fuente de desarrollo personal?

Todas nuestras heridas surgen de la misma fuente – nuestra desvinculación del fundamento de nuestro ser – del mundo espiritual del que procedemos y al que finalmente todos regresamos. Al nacer, entramos en un mundo terrenal, relativo y finito – en el que nos experimentamos a través de una consciencia limitada y unilateral. Nos experimentamos como seres finitos.

La primera aparición de la herida en la biografía humana fue la separación de la especie y la expulsión del Cielo. La separación de los sexos significa la división de la persona completa en dos. La persona completa era una entidad eterna, asexuada que hacía crecer su descendencia a partir de sí misma y continuaba su existencia a través de ella.

21 Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. 22 Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. 23 Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.” Génesis 2

La búsqueda del ser humano de su parte complementaria se expresa en el anhelo de volver a ser “una sola carne”. Tras la escisión, Adán y Eva comieron del fruto del Árbol del Conocimiento, a lo que siguió su expulsión del Cielo. Esta expulsión simboliza la separación definitiva de la unidad y la eternidad, y la transformación en un individuo que es una entidad solitaria y mortal. Ya no es el hijo del Espíritu a su imagen y semejanza, sino el hijo de la tierra, el hijo del polvo.

19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” Génesis 3

El destino del ser humano moderno es la conciencia de la muerte tal y como se experimenta hoy en día. En el pasado, la muerte no se experimentaba de la misma manera. Durante millones de años, las personas han muerto físicamente, pero no se identificaban con sus cuerpos y mentes como lo hacemos hoy en día. Más bien, experimentaban una conexión sin intermediarios con el mundo espiritual y, por lo tanto, no se identificaban con la muerte. No fue hasta el S.XVIII cuando la gente empezó a identificarse con la muerte – y este fue el origen de la herida.

En la biografía individual, la herida empieza a manifestarse en torno a los 9-12 años. Durante este periodo, el niño empieza a desarrolla la autoconsciencia y, posteriormente, también el reconocimiento de ser un ser sexual (es decir, parcial), que pertenece a un género determinado. El desarrollo del yo y de la consciencia individual implica la experiencia de la separación y la soledad. El niño experimenta una doble escisión: una escisión – entre él y el mundo, y otra escisión – en su interior.

La Causa de la Herida y su Finalidad

La percepción primitiva – que caracteriza a las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) – era que el ser humano es un ser pecador. No en el sentido moral, sino en el sentido de “pecar” o “estar fuera del objetivo” (en hebreo es la misma palabra) – alejado de su esencia y destino. El veneno de la serpiente, que penetró en él en el Cielo, causó su expulsión y le convirtió en un ser mortal. Como ser mortal enferma, envejece y muere; por lo tanto es un “pecador”. Todos los pecados de moralidad se percibían como resultado de la caída (del Cielo) y sus manifestaciones. El ser humano se experimenta a sí mismo como caído, y anhela la redención religiosa.

La percepción moderna se opone a esta imagen y considera al ser humano como una entidad en evolución hacia la libertad. El ser humano está destinado a ser la décima jerarquía, a evolucionar hacia una entidad libre y moral en el universo, de tal modo que la moral y el amor fluirán de él desde la libertad. Esta especial cualidad que el ser humano puede desarrollar está relacionada con la etapa en la que obtuvo su “yo”. Mientras que las jerarquías superiores, que están situadas por encima del humano, han obtenido su “yo” – “la chispa divina” – en otras etapas, el ser humano sólo ha recibido su yo en la Tierra.

El ser humano obtuvo su “yo” en un cuerpo físico sólido, que sirve de amortiguador entre él y el espíritu. Las jerarquías espirituales no tenían tal separación. Su “yo” es un “yo” cósmico y no están familiarizados con la experiencia de la separación.

El cuerpo físico sólido del ser humano (llamado por los griegos, así como en la Edad Media – la “Caja Sepulcral”) tiene límites tangibles, que por un lado crean una experiencia real de desapego y separación, pero por otro lado dan a los seres humanos la oportunidad de libertad y desarrollo.

Las otras entidades nunca abandonaron la totalidad. La persona que se ha desconectado de la unidad debe redescubrirla y elegirla desde el amor creado a partir de sus fuerzas y limitaciones. El éxito humano en la tarea de elegir el bien desde la libertad otorgará al cosmos una nueva cualidad que antes no existía.

Aunque todas nuestras heridas proceden de una misma fuente tienen innumerables revelaciones. La manera en la que se revelará una herida es única para nuestra biografía individual y está también relacionada con nuestras encarnaciones anteriores. Identificar la herida y comprenderla puede, por lo tanto, servir como una puerta de entrada para entender nuestras vidas anteriores y para la corrección que debemos hacer en esta vida.

Identificar la herida y Trabajar con ella

Al igual que una herida física, la herida humana es un centro de dolor y sufrimiento. En nuestro estudio sobre este tema debemos, por lo tanto, preguntarnos primero – ¿de qué sufrimos? ¿qué nos molesta?

Puede manifestarse mentalmente, por ejemplo mediante – la depresión, la inseguridad, los miedos, la necesidad de control, la sensación de ser una víctima, el sentimiento de que “nadie me ve”, etc. También puede manifestarse físicamente – a través de dolor en todo el cuerpo, enfermedades crónicas, sobrepeso, anorexia, etc.

Cuando sufrimos un dolor físico, una lesión en la rodilla por ejemplo, atrae toda nuestra atención, y nos impide fijarnos en otras cosas y ocuparnos de ellas. El órgano dolorido se convierte temporalmente en el centro de nuestro ser, de modo que perdemos la visión de la imagen completa. Esto conduce a una situación en la que el “todo” empieza a trabajar al servicio de lo parcial, y se le exige que satisfaga sus necesidades. Lo parcial/la fracción se convierte en el “tirano” del todo y lo maneja. Podríamos afirmar que toda enfermedad – tanto física como mental – tiene su origen en la inversión entre el todo y lo parcial.

Un ejemplo de ello es el proceso que tiene lugar en el cuerpo cuando las células se desarrollan en un tumor cancerígeno. En el desarrollo normal del feto en el útero, el origen de cada célula del cuerpo humano son las células embrionarias (madre). Todo parte del óvulo fecundado, que contiene en su interior la integridad genética. Durante el desarrollo embrionario, las células sufren un proceso de diferenciación en el cual – de la totalidad, la célula “universal” – sufren una especificación a células como – células hepáticas, células pancreáticas, etc. En este proceso de diferenciación lo parcial sirve al todo y todas las partes trabajan en armonía en beneficio del todo. Cuando una persona enferma de cáncer se produce el proceso contrario. La célula específica detiene su diferenciación y retrocede a una célula embrionaria – pero lo hace en un tejido especial cuya función es servir a una función específica. Como parte de este proceso, las células cancerígenas comienzan a “succionar hacia ellas” las fuerzas nutricionales y energéticas de todos los tejidos y órganos adyacentes. Este tumor de rápido crecimiento se desarrolla de modo similar a las primeras semanas del desarrollo fetal. La célula cancerígena recibe alimento, las células se dividen y se forma el tumor que daña los tejidos y órganos adyacentes llegando a destruirlos. Se trata de una situación en la que el todo opera al servicio de lo parcial.

El tumor cancerígeno crece en la oscuridad, al igual de la herida humana. Como ya se ha mencionado, la persona herida sufre y busca la curación de su sufrimiento. Al igual que la célula cancerígena, la herida se extiende a toda parte buena de la vida y la aterroriza.

Por ejemplo, una persona que no soporta la suciedad limpiará su casa obsesivamente y reprenderá a todo el mundo por cualquier “desviación” del orden. De este modo, los miembros de su familia se sentirán limitados en su capacidad de comportarse libremente en casa. Otra persona, cuya herida se manifiesta en un sentimiento de “no ser vista” requerirá una atención incesante y provocará en los demás un constante sentimiento de culpa por no ser lo suficientemente sensibles a sus necesidades. En ambos casos, nuestra herida actúa como un “terrorista” forzando al otro a ponerse a su servicio, y coartando así su libertad.

A lo largo de la vida, la herida se va engrosando y va irradiando a todos los aspectos de nuestra vida. Con el tiempo la herida se convertirá en una “herida crónica” – de modo que el otro también nos considerará según el tono con el que nos pinte la herida. Por ejemplo: la reacción emocional de una persona que se siente “invisible” será sentirse insultada y culpar al otro. Cuando esta reacción se repite una y otra vez, el otro se sentirá agotado por la culpa repetida y naturalmente se esforzará por distanciarse. Así, a medida que el dueño de la herida trata al otro a través de la visión limitada y parcial de sus “gafas de herida”, el otro también empezará a relacionarse con él a través del prisma particular de la herida, y dejará de ver sus otras cualidades, aunque sean buenas.

Como en cualquier proceso de trabajo biográfico, también en el trabajo con el tema de la herida, debemos buscar sus manifestaciones durante la infancia y a lo largo de la biografía. Un buen punto de partida sería buscar acontecimientos que tuvieron lugar alrededor de los 9-12 años en los que la experiencia de la herida comienza a emerger. La herida aparecerá también durante la edad adulta, y es importante identificar el modo en el que se manifiesta en los diversos aspectos de la vida.

La Herida en el Contexto de una Vida Anterior

La identificación de la herida y su manifestación a lo largo de la biografía puede ser una importante puerta de entrada al reconocimiento de nuestro ser que proviene de una vida anterior, y a la corrección que debemos hacer en este ciclo vital. Podemos ver nuestra herida como una compensación por defectos e injusticias que causamos en una vida anterior. El defecto se repetirá como una recapitulación también en esta vida, especialmente durante la infancia. Por ejemplo, una persona cuya herida está asociada a un sentimiento constante de baja autoestima, que experimenta una sensación de desprecio y falta de aprecio por parte de quienes le rodean, debería comprobar cuándo en esta vida, y probablemente en vidas anteriores, sus acciones pueden haber infligido sentimientos similares en los demás.

Descripción de un Caso Biográfico:

Para ilustrar cómo puede manifestarse la herida en nuestras vidas utilizaremos el ejemplo de Ella (seudónimo) – una mujer de 49 años que es coach y formadora de coach.

“Desde que tengo uso de razón ha habido dos cosas principales por las que he sufrido. La primera – un sentimiento incontrolable de insulto que surgía tras cualquier comentario, por pequeño que fuera, y la segunda – una constante sensación de presión y tensión, una sensación de que “cargo el mundo entero sobre mis hombros”. Esto se manifiesta, tanto mental como físicamente, en forma de rigidez muscular, dificultad para conciliar el sueño, etc. Mi nivel de exigencia en temas como: la responsabilidad, la moralidad y la sensibilidad hacia los demás, es muy alto, y mi tendencia natural ha sido siempre la de ver a los demás como “incorrectos/malos” – poco sensible, irresponsable, que no cumplen las expectativas, etc. Tendía a asumir excesiva responsabilidad, lo que a la larga me creaba un sentimiento de carga, estrés, soledad y frustración.

Con los años, y tras los procesos que atravesé, descubrí cómo lo viven los demás. Me quedó claro que a menudo se sentían culpables, irresponsables e inmorales ante mí, ya que se sentían sometidos a una presión constante para intentar cumplir mis exigencias.

Empecé a darme cuenta de cómo estaba “imponiendo el terror” en mi entorno. Mis hijos tenían que estar siempre listos a tiempo (es decir, con antelación) porque me estreso por no llegar tarde. Está prohibido decirme cosas “desagradables”, porque es “inmoral”. Hay que ser muy cuidadoso y sensible conmigo – porque de lo contrario me ofendo. Me di cuenta de que no toleraba lo que yo consideraba una debilidad humana. Descubrí con dolor que a menudo creaba a mi alrededor una atmósfera de tensión, pesadez, presión y culpabilidad.

Llegué a darme cuenta de que cuándo mi herida me controla me hace ver a los demás sólo a través de ese prisma. En esos momentos me cuesta ver que el otro puede estar actuando desde una posición que no es necesariamente la que yo le atribuía. Por ejemplo – quizás él no se acordó de realizar una determinada tarea debido a un problema de mala memoria, y no por falta de responsabilidad.”

Mi Herida de la Infancia – Compensación:

Ella continua: “Proyectar mi herida en el otro y el modo en el que hacía sentir al otro, volvió a mí en forma de humillación y acoso. Desde los 9 años, y durante muchos años más, sufrí el acoso, la humillación y los insultos que me dirigían otros niños, especialmente un niño, que me hacía sentir indefensa. Al mismo tiempo, dejé de confiar en los adultos de mi vida (porque no me protegieron), y empecé a confiar solo en mí. La combinación de la sensación de ser una víctima y la desconfianza en los adultos creó una profunda experiencia de soledad, estrés y vergüenza.

En el proceso de trabajo biográfico, me sorprendió darme cuenta de cómo mi herida teñía todos los aspectos de mi vida. A lo largo de mi vida, me he encontrado repetidamente trabajando con personas “irresponsables” que, al darse cuenta de que tiendo a asumir toda la responsabilidad, me la pasaban felizmente. Me encontré atrapada en el papel de la “adulta responsable”.

Así, como yo solo entendía a las personas parcialmente a través del prisma específico de mi herida – los otros también empezaron a entenderme a mí de una estrecha manera similar. No se dirigían a la parte femenina, creativa y alegre que había en mí – lo que me causaba mucho dolor. Mi herida era una espada de doble filo.

 

Formas Correctas e Incorrectas de Sanar la Herida

De la descripción dada hasta ahora, y de la historia de Ella, se puede percibir lo profundamente arraigada que está la herida, y cuánto esfuerzo se requiere para liberarse del círculo cada vez más amplio que la caracteriza. Dado que la herida nos causa sufrimiento, a menudo nos vemos tentados a “tratarla” y a “deshacernos” de ella de formas inadecuadas que, a la larga, solo intensifican el sufrimiento.

El camino de Lúcifer – como se ha mencionado anteriormente, la herida se crea como resultado del desapego del todo, y del desarrollo del ser individual. Lúcifer nos seducirá para que renunciemos al “Yo” individual y que volvamos al cálido y seguro regazo del yo colectivo. Por ejemplo: unirse a una secta, un grupo cerrado, o cualquier otro marco externo, nos proporciona una experiencia de unidad/totalidad – pero perjudica el desarrollo del ser libre.

El camino de Áhriman – mientras que Lúcifer nos tienta a renunciar a nosotros mismos, Áhriman nos sugiere que renunciemos al otro, al mundo exterior. Bajo su influencia el “yo” se fortifica en sí mismo construyendo un muro impenetrable minimizando así los encuentros reales y desconectándonos de los otros yoes.

Mientras que el camino de Lúcifer se caracteriza por un calor fundente, que difumina los límites – el camino de Áhriman se caracteriza por unos límites fríos, rígidos, controlados e impenetrables. Es importante señalar que según avanza la tecnología y desempeña un papel más prominente en nuestro día a día, más se fortalece y materializa este camino.

Ninguna de estas opciones sana la herida sino que intentan deshacerla o eliminarla para aliviar el dolor que causa – pero no tratan la raíz de su causa.

El camino del medio – este camino dorado requiere, en primer lugar, un trabajo real con la herida, identificándola y reconociendo su existencia. A continuación, uno debe aceptar asumir toda la responsabilidad sobre ella. Asumir la responsabilidad no significa “deshacerse de ella”. La herida es nuestra suerte en esta vida, pertenece a nuestro destino y nuestra corrección. Sin embargo, no debemos “creer en ella”, ni identificarnos plenamente con ella. Lo que sí necesitamos hacer es observar y comprender cómo gradualmente se ha ido apoderando de todas nuestras relaciones y de nuestra actitud hacia nosotros mismos.

Para que la herida se cure, debemos inspeccionarla espiritualmente. Este proceso implica atravesar nuestra experiencia de impotencia ante nuestra falta de interpretación de los acontecimientos. Al sentirnos impotentes y pedir ayuda al mundo espiritual, podemos iniciar un proceso de sanación de la herida. La impotencia nos abrirá un nuevo camino en el que no necesitaremos renunciar a nuestra mismidad, ni renunciar a los demás. Aprenderemos a reconocernos en el otro, y viceversa. Al hacerlo, podremos hacer la transición de un estado de juicio y crítica a un estado de aceptación e inclusión.

Nuestra herida puede convertirse en una valiosa herramienta de desarrollo, de autoconocimiento y de cambio real. Cada herida tiene también otra cara que es adecuada y buena. Por ejemplo, la sensibilidad, cuya apariencia herida es un sentimiento de insulto y sacrificio, es también un rasgo bueno que puede servirnos. Cuando quitamos el color de la herida, podemos utilizar ese rasgo para conocer mejor al otro y estar atentos a él.

Como biógrafos podemos desempeñar un papel importante en el trabajo con la “herida”. El cliente se ve a sí mismo y al mundo desde el limitado y parcial punto de vista que le impone su herida. Nosotros podemos y debemos observar al cliente desde un punto de vista más amplio – que incluya a su ser superior, que porta todo el potencial inherente en su interior – y así ayudarle a ampliar su punto de vista. Para ello, primero debemos desarrollar nuestra autoconsciencia, y trabajar constantemente con nuestra propia herida. De lo contrario, nos encontraremos respondiendo a la herida del cliente desde nuestras heridas y no desde nuestro “yo” superior.

El trabajo con la herida no finaliza en esta vida. Continúa incluso después de la muerte. Hay tareas que no podremos completar totalmente en nuestra actual encarnación. Debemos reconocerlo dolorosamente, y aun así continuar trabajando incansablemente para acercarnos a una conciencia más completa, una consciencia divina, como está escrito en las enseñanzas éticas del judaísmo: “No depende de ti finalizar la obra, pero eres libre de abandonarla” (Pirkei Avot 2:16)

El sufrimiento que nos causa la herida es lo que nos conduce al despertar y la búsqueda. Nuestra aspiración y anhelo de regresar a la totalidad, nos lleva a encontrar nuestro camino espiritual único.

“Más aún: cuando hemos progresado y alcanzado una intensificación suficiente de la consciencia imaginativa no solo contemplaremos el panorama de nuestras experiencias, sino que nos daremos cuenta forzosamente de que no somos seres humanos completos hasta que no hayamos vivido este otro aspecto de nuestras acciones terrenales, que antes habían permanecido subconscientes. Empezamos a sentirnos bastante mutilados ante este panorama vital que se remonta hasta el nacimiento, o más allá de él. Es como si nos hubieran arrancado algo. Nos decimos continuamente: deberías haber experimentado también este aspecto; estás realmente mutilado, como si te hubiesen arrancado un ojo o una pierna. Realmente no has tenido una mitad de tus experiencias. Esto debe surgir en el curso de la consciencia imaginativa; debemos sentirnos mutilados de esta manera con respecto a nuestras experiencias. Sobre todo, debemos sentir que la vida ordinaria nos oculta algo. (…)

Sentimos esta deuda ineludible con la vida y reconocemos la necesidad de deber a los dioses lo que solo podemos experimentar después la muerte. Solo entonces podemos entrar en una experiencia tal como de que estamos en deuda con el universo.” (1)

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  • Steiner, “Antroposofía: un resumen tras veintiún años”, 1924, conferencia 8, GA234
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